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1.450.000 €
| Metro2 Construido | 6.332 € |
| Construida | 229 m2 |
Imposible definirla en una sola palabra. Esta residencia boutique, concebida por el arquitecto Toni Gironès en el corazón del Alt Empordà, es una obra que trasciende la idea de habitar: un jardín viviente donde la arquitectura contemporánea conversa con la tradición mediterránea, la sostenibilidad y la poética del paisaje. Todo en ella respira armonía, desde el silencio mineral del hormigón hasta la textura cálida de la madera de castaño y el olor de la arcilla al atardecer. Es una casa que no se impone al entorno: se posa sobre él, lo abraza y se funde con su luz. Pensada como refugio de calma, pero también como oportunidad de creación y encuentro, esta obra de autor puede ser tanto un complejo turístico de alto nivel como una residencia privada de ensueño o un proyecto de co-living contemporáneo. Con todos los permisos para su explotación turística ya aprobados y un solar colindante de 850 m² con capacidad para ampliar el conjunto, el proyecto ofrece un equilibrio perfecto entre belleza y viabilidad, entre contemplación y rendimiento. Es un lugar donde la inversión se convierte en legado. Finalista en los Premios de Arquitectura de Girona, presentada en los FAD y otros certámenes internacionales, y con su maqueta expuesta en el Museo de Arquitectura de Madrid hasta mayo de 2026, esta creación se erige como una obra singular que celebra la unión entre arte y naturaleza. Cada estancia —envolvente, precisa, silenciosa— se abre hacia un jardín, un espejo de agua o una roca centenaria. Las cinco habitaciones, formadas por tubos de hormigón revestidos de madera y arcilla, disponen de luz regulable, climatización cruzada y terrazas privadas que descienden hacia una balsa natural de piedra de río, un oasis de agua filtrada que recoge el cielo. El espacio común, un estar-comedor de más de sesenta metros cuadrados, se prolonga hacia el exterior y conecta con los módulos habitables a través de pasarelas que parecen flotar sobre el terreno. A su alrededor, distintos ámbitos componen un pequeño universo mediterráneo: una cocina exterior con horno marroquí y barbacoa, un comedor bajo cubierta para largas sobremesas, una sala de lectura al aire libre, un mirador con vistas al Parque Natural de la Albera y un jardín de árboles frutales —granados, higueras, kakis, ciruelos, naranjos— que florecen como fragmentos del tiempo. En la planta alta, dos estancias polivalentes acogen talleres, retiros o estudios creativos, junto a un espacio chill-out suspendido entre el cielo y los campos de piedra seca. Todo aquí ha sido pensado para reconciliar lo esencial: la tierra y el aire, el agua y el fuego, la intimidad y la apertura, la vida y su contemplación. Más que una propiedad, esta residencia es una experiencia: una forma de entender la arquitectura como emoción y la inversión como gesto de futuro. Un lugar donde habitar es, sencillamente, volver a pertenecer.
Panorámicas.
Barbacoa.